Las recientes declaraciones han emocionado a su base, y los entusiastas del MAGA utilizan las redes sociales para difundir planes de batalla para apoderarse de Canadá
The New York Times
Donald Trump ganó dos veces la Casa Blanca con la promesa de cerrar la frontera. Ahora se pone poético con la reapertura de la frontera, cuyo “espíritu”, dijo ayer en su segundo discurso de investidura, “está escrito en nuestros corazones”. Este mes ha hablado de comprar Groenlandia a Dinamarca, anexionar Canadá, recuperar el canal de Panamá y renombrar el golfo de México como golfo de América. “Qué nombre tan bonito”, dijo Trump, pronunciando la frase con énfasis en la última sílaba: a-me-ri-CA, no A-ME-ri-ca.
Este giro expansionista es sorprendente para un político más conocido por querer que la nación se atrinchere tras un muro fronterizo. Pero Trump es inteligente. Sabe, al parecer, que el nacionalismo enojado y encerrado en sí mismo que le hizo ganar el cargo puede ser autodestructivo, como lo fue durante su asediado primer mandato. Por tanto, estos llamamientos —a hacer que Estados Unidos no solo sea grandioso, sino también más grande en tamaño— se basan en una corriente de patriotismo más vigorizante: una visión de unos Estados Unidos en continuo crecimiento, en continuo movimiento hacia el exterior.
Las recientes declaraciones de Trump han emocionado a su base, y los entusiastas del MAGA utilizan las redes sociales para difundir planes de batalla para apoderarse de Canadá y mapas de unos Estados Unidos que se extienden desde el Ártico hasta Panamá. Pero Trump también está recordando a los fundadores, muchos de los cuales pensaban, de forma similar, que Estados Unidos tenía que expandirse para prosperar. “Extiende la esfera”, escribió James Madison en 1787; aumenta la “extensión del territorio” y difuminarás el extremismo político y evitarás la guerra de clases. “Cuanto mayor sea nuestra asociación”, dijo Thomas Jefferson en 1805, hablando de su compra de Luisiana, “menos se verá sacudida por las pasiones locales”.