Calificó de ‘sacrílego’ el acto de colocar música a alto volumen frente a la Catedral San Juan Bautista, durante la eucaristía
Colaboración / El Diario
El pasado jueves 14 de noviembre, se dio a conocer la noticia de la expulsión a Guatemala del obispo Carlos Herrera, obispo de la diócesis de Jinotega y presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), tras expresar su descontento con las autoridades locales.
Según los medios locales de este país, la expulsión del obispo ocurrió luego de que este calificara de «sacrílego» el acto de colo- car música a alto volumen frente a la Catedral San Juan Bautista durante una eucaristía celebrada el 10 de noviembre. «Esto es un sacrilegio lo que están haciendo el alcalde y todas las autoridades municipales», observó el obispo durante su homilía dominical.
El llamado de atención del prelado no solo se dirigió a las autoridades, sino también a los fieles presentes en la eucaristía, invitándolos a «pedir perdón a Dios por ellos y por nosotros». El obispo en otros momentos ya había expresado su descontento con los constantes eventos ruidosos organizados por la municipalidad, que interrumpía siempre las celebraciones litúrgicas.
Este descontento del obispo fue el que lo llevó a su captura y, según los medios locales, Monseñor Herrera fue sacado hacia Guatemala, donde se encuentra ahora en una casa de la Orden de
Frailes Menores. Con monseñor Herrera son ya tres los obispos que han sido desterrados por las autoridades de Nicaragua.
Los obispos que han tenido que salir del país son monseñor Rolando José Álvarez Lagos, obispo de la diócesis de Matagalpa y monseñor Isidoro del Carmen Mora Ortega, de la diócesis de Siuna. En el 2019, monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua, tuvo que exiliarse tras haber recibido amenazas de muerte.
Así también, se conoce que la Iglesia católica ha sido objeto de 879 ataques por parte de la dictadura comunista nicaragüense. Además, se han prohibido miles de procesiones religiosas, sumando un total de 9 mil 688 eventos cancelados.
La última fue la prohibición a sacerdotes de dar la unción de enfermos en los hospitales y clínicas.
El obispo en otros momentos ya había expresado su descontento con los constantes eventos ruidosos organizados por la municipalidad, que interrumpía siempre las celebraciones litúrgicas